lunes, 13 de agosto de 2012

Devocionales

Tu dinero perezca contigo…
tu corazón no es recto delante de Dios…
en hiel de amargura y en prisión de maldad veo que estás.

Hechos 8:20-23.
El Espíritu del Señor… me ha enviado…
a pregonar libertad a los cautivos.

Lucas 4:18.



En la Cárcel
(Hechos 8:9-24)

       Simón practicaba la magia y a través de ello ganaba dinero. Al ver a los apóstoles Pedro y Juan concluyó que éstos disponían de un poder muy superior al suyo. Muy interesado, intentó apropiarse de ese poder mediante el dinero, pues sin duda pensaba alcanzar nuevos éxitos y más ganancias. Pero los apóstoles descubrieron sus intenciones y le declararon que él estaba bajo el poder del mal, es decir, prisionero de su amor al dinero.
       Usted que lee esta hoja y que quizá se halle en la celda de alguna cárcel, ¿se ha preguntado sobre la existencia de tales ataduras en su vida? Los barrotes en los que pensamos no son sólo los de la cárcel. Para algunos es el dinero, para otros el sexo, para otros el alcohol, la droga… Estas rejas a menudo son muy sólidas. La Biblia llama a eso la esclavitud del pecado. Jesús ha proclamado una buena noticia: la liberación de todos los cautivos. ¿Eso quiere decir que se dedicó a abrir las puertas de las cárceles de su país? ¡No! Vino a liberar a los que estaban retenidos por las cadenas del pecado.
       Aún hoy Jesús quiere liberarlo, pero es necesario hacer lo que los apóstoles le dijeron a Simón el mago: arrepentirse (confesar con sinceridad su estado ante Dios) y aceptar a Jesús como Salvador y Señor. Entonces usted será verdaderamente libre. “Y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Juan 8:32).

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